Ojo que todo lo ve

Retablo de Favores —noviembre, 2.ª parte

A la misma vez que trazo las bases del Retablo de este mismo mes -sobre la marcha-, he reunido las obras más destacadas del pasado, ya lejos del ámbito literario. Me sobraron las Marcas suficientes para poder reclamar un par de videojuegos, álbumes y cintas. La mayor sorpresa del recuento ha sido descubrir que las ideas que más habían arraigado en mí procedían de decepciones evidentes. La incapacidad para superar las traicioneras expectativas no ha querido ayudarme a olvidar lo visto. Shelby Oaks (Chris Stuckmann, 2024), una de mis películas más esperadas del año, se convirtió en un desengaño de manual en su segundo tramo de metraje.

La propia promoción del filme me atrapó, vendía un terror analógico, de cámara en mano y pasillos oscuros. Prometía penumbras que no duraron más de 40 minutos y un suspense que acabaría traduciéndose por jumpscares. Me afligió desde un primer momento la idea que sugiere el planteamiento primero, que los monstruos de la infancia siempre vuelven. Las siluetas en la ventana del dormitorio compartido no van a ninguna parte cuando una deja el hogar familiar, se abrigan entre las ramas de un árbol que cada vez deja pasar menos luz pero mantienen fija la vista. Los ojitos rojos pegados al cristal no parecen permanecer, ésos se pegan a la nuca y van siempre tras quien quieren.

El cineasta juega con los crujidos de la madera y la certeza de que no estás mirando nunca donde deberías. A la puerta, a la cama, a la esquina bajo la lámpara de iluminación pobre y sospechosa, ¡¿dónde mirar?!


El atractivo que auguraba Shelby Oaks en su primera mitad va desvaneciéndose poco a poco a través de decisiones predecibles que casi rozan el mal gusto. Es una pena ver cómo se rompe un planteamiento con tanto gancho, mas no puedo evitar pensar que se está convirtiendo en una constante en el terror moderno. Algo parecido sentí al ver Devuélvemela (Danny & Michael Philippou, 2025), también en el marco de estrenos de este año. Los hermanos invitados de Kojima en Death Stranding 2 volvían tras Háblame (2022), hito absoluto del género en los últimos años. A pesar de todo, encontré grandes conceptos en ella: el uso de la lluvia como anuncio de muerte, el retorno de la simbología clásica del círculo y su relación con las deidades, el uso de la carne, etc.

Aunque pueda parecer lo contrario, ¡claro que disfruto muchas cosas! En noviembre escuché un millar de veces Un cigarro en la sala de espera, el nuevo álbum de Cenicero, que además viene con película: Y como no se ve nada más que mar y cielo, es cosa muy triste (Antonio Rivera, 2025). Situándose entre mis favoritos del mes en lo audiovisual, tuve un divertimento raro. Escuchar el disco paseando por Japón, leyendo las letras como si estuvieras en un karaoke; te aseguras la crisis emocional y el divertimento, ¿qué más quieres?

Aún me reconcilié con Spike Lee por intervención de su Infiltrado en el KKKlan (2018), después de haber sufrido el suplicio de ver su humillante reinterpretación de la obra reputadísima de Kurosawa, El infierno del odio (1963). En contraste con Del cielo al infierno (2025), Infiltrado se encumbra como la película de nuestro siglo. Bromas aparte, fue un placer ver tantos teléfonos en tantas mesas fundiendo tantas voces.

Foto del set de Bugonia, todo cosa de Lanthimos.

Fui al cine sacrílegamente a ver Bugonia (Yorgos Lanthimos, 2025), incumpliendo la promesa que me hice de ver con anterioridad Salvar el planeta Tierra (Jang Joon-hwan, 2003). Jesse Plemons y Emma Stone se colaron por el entramado en mi cabeza, enmarañaron mi piel y me ataron la lengua. No es la primera vez que lo hacen, no sé cuántas van ya. Arrastré a la sala a dos pobres que confiaban en mis intereses para ver El mejor (Justin Tipping, 2025), lo nuevo del director de Kicks, historia de unas zapatillas (2016), película vista únicamente por mí y por los familiares del realizador hará unos años, cuando aún formaba parte del catálogo de Netflix. Fui animada por el tráiler, que me han obligado a ver cada vez que he pisado una sala en los últimos meses, también por el aparente sacrificio impostado de un jugador de fútbol americano. Me encontré con buenas canciones, rollos sectarios y subtramas insignificantes; salí encantada, no hay nada que me guste más que ver una película mala en el cine.

En casa, me rodeé de buenas elecciones. El 5 inicial (Netflix, 2025), cuya noticia de cancelación me dejó rota; Anatomía de un instante (Alberto Rodríguez & Paco R. Baño, 2025), sólida miniserie que ajusta cuentas con la historia de España y sus protagonistas, y Mentiras arriesgadas (James Cameron, 1994), recordatorio pasado por tango de que antes Cameron sabía hacer películas (y las hacía muy bien).

Delante de la televisión y con las manos vacías, he dedicado momentos de descanso a varios juegos que me han permitido estudiar detalles. Subrayo los conejos-robot del Astro Bot, al que llego un par de años tarde; la reforma de la iconografía de la suerte en Clover Pit con sus objetos-amuleto que comprenden desde blísteres caducados hasta calculadoras rotas y CDs (parece ser que todo sirve de ayuda cuando te enfrentas a una tragaperras del inframundo). A pesar de haber estado transitando las pantallas de inicio de varios juegos, he pasado en Ball X Pit más tiempo que en ningún otro. Acumulando engranajes, visitando nuevos niveles con Los Cohabitantes y recopilando nuevas bolas he pasado el pasado mes. ¡Y tan tranquila!

Dos de mis personajes favoritos, ¡lo son todo!

Diciembre ya está más que estrenado y van pasándome por encima las obras a las que estoy dedicando tiempo. ¡Nos vemos el mes que viene, con más!

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