Todo lo guardo en mis ojos
Lugares inéditos donde miedos milenarios pugnan por salir.
Unos meses después de su publicación, me sorprende la aventura silenciosa de Pedro de Poco. Muchos años después de su renacimiento, me atrapan los versos de María Emilia Cornejo reunidos por su hermana. A primera instancia, nada habría de aunar las letras de Rodrigo Cortés con las de la poeta peruana, separados por una distancia temporal considerable y por el estampado en los grabados de Tomás Hijo.
Acercándome más, con una visión puramente personal, se convierten en pilares cruciales para sobrellevar los días plomizos que suceden a la temprana entrada del otoño. Descubro ambos casi por casualidad, tropiezo con un pliego escaneado de las palabras bien recogidas por Ana María Cornejo, en la mitad del camino recorrido; un catálogo digital me lleva hasta una de las últimas publicaciones de Penguin Random House.
Las mujeres y la poesía marcan mis últimos meses, especialmente esta noche de las noches. Han Kang y su Guardé el anochecer en el cajón (Lumen, 2025), Alejandra Pizarnik y su cuídate de mí amor mío en Árbol de Diana (1962), Yudori con El cielo por conquistar (Planeta Cómic, 2024), etc. Pero ninguna lo hace como María Emilia Cornejo, solo con ella siento que me abro paso entre las páginas de un diario personal, que perturbo una intimidad que es igual a la mía, pero que no debería serlo. Encuentro sus versos tras la verja de lo prohibido, revelo secretos sin derecho y me conmuevo al paso de mis pupilas sobre cada letra.
Una emoción común subyace en las palabras nacidas de la mano de María Emilia, la misma que se respira desde la primera página en La piedra blanda. Donde la poeta se preguntó cómo decir tantas cosas si las palabras hoy, se fueron todas, y sólo tengo un invierno en mi costado que habla por mí; Cortés escribe La segunda vez que nací, me quedé muy quieto. Por no molestar. Desde entonces aguanto bien el frío y me quejo poco.
Un último enunciado recoge el vínculo más directo entre ambas obras, emergido de la base de la garganta de Cornejo: quiero tu palabra como piedra que cae.
La piedra blanda (Random House, 2025)
La obra de Rodrigo Cortés y Tomás Hijo se eleva como un pequeño milagro entre las ramas, jamás nadie pensaría que podría haber salido de la maleza. La inocencia impregna cada uno de los escasos diálogos en una historia marcada por su maquetación. Ésta marca el ritmo, exige pausas e invita a encarar el blancor. Enfrenta a páginas blancas y niega su final a amores arbolados.
No creo encontrar un encanto parecido en ninguna otra ficción, ni un realismo tan bucólico, ni un escenario de espesura así de próximo al de los cantares de antaño. Bajo la apariencia de una leyenda inocente, la figura de Pedro de Poco se convierte de manera súbita en una de cabecera para mi propio imaginario. Destaca entre el resto de personalidades protagonistas en narraciones tradicionales, se hace un lugar crucial en un panorama al que no ha podido pertenecer.
El retorno de este tipo de narrativa y la belleza de los grabados de Tomás Hijo, entre otros muchos factores, conforman el embrujo que rodea a la novela. Ayuda a pasar mejor el frío, asiste en las noches largas de sueño ausente, protege de la entrada inminente del otoño que llega sin previo aviso.
Quizás no debería pasar la madrugada de un domingo entre sentencias tan tristes. Quizás no debería buscar refugio en los bosques donde nada cambia nunca y se puede vivir sin corazón. Quizás no debería soñar con una mujer entre los árboles que me cuide el corazón durante el día.
Pero es tarde, hace frío y estoy sola.

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