Benditas sean tus manos
Si me permito existir, no escribo.
Cuando salgo, entro, leo y hablo, pierdo la capacidad de la escritura. Se me nubla el pensamiento al plantear un texto y los dedos se me entumecen al advertir el teclado. La presencia de carboncillos ensucia mi espacio, que trato de asociar exclusivamente a funciones de recreo y desconexión. Me mortifica la idea de escribir, aún más en la estación del ocio perpetuo. Las ideas no conocen de treguas, tengo que ignorarlas. Molesta, hago un par de apuntes en uno u otro cuaderno, guardo -poco orgullosa- alguna cuenta de bar de primera línea de playa con garabatos en el reverso (a veces me veo obligada, hay conceptos que se ponen muy insistentes).
Una letra rápida adorna casi todos mis marcapáginas, que conviven con la arena habitante del cosido de las novelas gráficas que cargo de la playa a la cama. Las bibliotecas de los pueblos costeros, según mi experiencia, tienen muy buen ojo a la hora de engrosar sus catálogos. La elección de obras para las novedades se traduce en un ejercicio de empatía, piensan igual que lo haría cualquier visitante deseoso de aislamiento y maravillas ilustradas. Es así como acaban seleccionando milagros como Flores rojas (Yoshiharu Tsuge, 1968), Cuaderno de viaje (Craig Thompson, 2006) o Perros (Keum Suk Gendry-Kim, 2024).
El rumbo de mi verano lo ha cambiado la mano de Thompson, fiel lazarillo que me acompaña desde el inicio tortuoso del año. Habiendo superado las estaciones más frescas bajo el refugio de Blankets (2003), junto al joven católico de corazón roto trasmutado en obsequio amoroso bajo la forma de Raíces de ginseng (Astiberri, 2024); el dibujante ha reclamado además los meses más tristes del año como suyos. El viaje emocional patrocinado por Thompson ha culminado con lágrimas agosteñas, derramadas sobre las letras de Adiós, Chunky Rice (1999).
Se hace más sencillo comentar la obra desde su última página, donde el autor aclara que la historia no es más que para todas las cartas que debe a una lista interminable de nombres queridos. El estadounidense parece creer que a las despedidas no consumadas se las reemplaza con cartas en botellas. Sin palabras pero con todos los colores conocidos (y seguro que alguno por conocer), una detrás de otra, lanzadas a las olas y abandonadas a su suerte. En la décima carta, las palabras surgen; todas manifiestan añoranza.
En esta también pone 'Te echo de menos'. ¿Cuándo podré pensar en algo más que decir?
La nostalgia se adivina ya en la primera viñeta, anticipada por el ruido de una ventana que cruje al recibir una pedrada que sigue con una mirada que une a los amigos. El gesto familiar y rutinario que inaugura la ficción deja una pena que se asoma entre las pestañas, que queda fijada pronto por un comentario salido de los labios de Dandel: Muy pronto no tendré una razón para apedrear tu ventana.
Asistimos al último día juntos de los apreciados inseparables, marcado por sentencias como las que suelen decirse para arrinconar despedidas. Pareciera que las ilusiones se las llevaran las aguas, las mismas que toman asimismo la esperanza finalmente cuando se pronuncian unas terribles palabras: Esta ciudad no es suficiente para ti.
Ni un cuento antes de dormir cerca por última vez calma los ánimos de una noche tan oscura, tampoco sirve de consuelo la manta parcheada que los une y cobija. La travesía por mar que espera al que parte y la imposibilidad de una despedida en el muelle se hacen más amargas tras escuchar el relato de Orfeo y Eurídice, contado de manera personal por el guía de Chunky hasta el barco que ha de llevarle hasta un futuro prometedor. La escapada se hará aún más complicada al entrar a la narración personajes que despiertan incógnitas. La pintoresca tripulación incluye a unas hermanas siamesas, envidia de Chunky y de todos los que no queremos saber nada de los terribles símbolos que deletrean separación, que hacen que la inocente tortuga se pregunte si ven, en sueños, las imágenes que pueblan la vigilia de la otra.
Los acontecimientos se suceden, no pasa ninguno sin meter el dedo en la llaga. Me siento expuesta al cerrar el cómic vidente, le pregunto a Craig y a quien me lee si es capaz de ver mis sueños. Pido por la gracia eterna del autor y la lucidez infinita del lector, por sus manos y por mí, que también me iré pronto.
Benditas sean tus manos, cuando recorran el camino que lleva tu partida.
Benditas sean tus manos, cuando me busquen en la negrura que rodea al catre.
Benditas sean tus manos, cuando guarden el marco que nos rodea bajo la almohada.
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