¿Un novísimo cine español?


(Publicado a junio de 2025, en el #31 de la revista La Letra)

Acabamos de ver la película española Vampir de Pere Portabella.

La década de 1960 supuso una renovación globalizada para el séptimo arte, los Nuevos Cines asaltaron los estilos tradicionales cinematográficos de cada país. España, aún bajo el yugo franquista, no podía apenas atisbar la experimentación que traían estas nuevas corrientes, ya que ninguna de ellas podría escapar a la férrea censura que acosaba toda disciplina artística. El pueblo español tampoco albergaría un interés genuino en la vanguardia que se le podría ofrecer, es difícil pensar en progreso con el estómago vacío y las manos llagadas.

La Nouvelle Vague francesa llegó con estructuras no lineales, sonido directo y un escaso presupuesto, de la mano de Alain Resnais (Hiroshima, mon amour; El año pasado en Marienbad) y Jean-Luc Godard (El desprecio, Lemmy contra Alphaville). En Italia, el Neorrealismo irrumpía con sus visiones de la cotidianeidad alejada de la propaganda fascista. La intención evasiva de este cine acabaría contagiándose a movimientos posteriores, los cuales bebieron de las obras de Roberto Rossellini (Stromboli, tierra de Dios; Paisà) y Vittorio de Sica (Umberto D., Milagro en Milán). En otros países surgieron movimientos de menor trascendencia, aunque igualmente interesantes: el Free Cinema británico, la Nueva Ola checoslovaca (Nová Vlna), el Cinema Novo brasileño, etcétera.
¿Y España? El cine español del momento tenía una función meramente propagandística, diseñada para dar una imagen conservadora de la nación al extranjero. El futuro de la producción cinematográfica española pendía de un hilo manipulable únicamente por el Director General de Cinematografía y Teatro: José María García Escudero. El escenario decisivo serían las Conversaciones de Salamanca. El efecto inmediato de estas Conversaciones resultó en el establecimiento de dos focos principales de producción: uno en Madrid -con la Escuela Oficial de Cinematografía (EOC) y alumnos que incluían a Basilio Martín Patino y Manuel Summers- y otro en Barcelona, de enfoque más alternativo y vanguardista.

Pere Portabella, Joaquim Jordà, Jacinto Esteva, José María Nunes, Ricardo Bofill (arquitecto), Joan Miró (pintor y escultor); entre otros. Todos ellos formaron el grupo que sería bautizado como la Escuela de Barcelona, cabeza de la vanguardia en los escasos cinco años que estuvieron en activo. Un grupo tan variopinto que parece sostenerse solo porque muchos de sus integrantes comparten inicial, nació ya fragmentado. Las diferencias entre sus miembros hicieron acto de presencia desde el primer día y su acción abarcó unos escasos cinco años (1965-1970).

Dante no es únicamente severo (1967) puede considerarse la cinta estrella del breve movimiento, una verdadera declaración de intenciones que ya presentaba los problemas que culminarían con la desintegración del grupo. Tras las cámaras y sobre el guion comenzaron los conflictos, desviándose el proyecto poco a poco de la idea original. Dante iba a recopilar una serie de cortometrajes autogestionados, pero terminaría siendo codirigida por Jacinto Esteva y Joaquim Jordà, culpables de ensayar la estética pop en el talante patrio.

- Al principio te cubría el cuerpo de flores, ¿te acuerdas? 
- No, ha pasado mucho tiempo. Ya sabes que sólo sé contar hasta diez, más allá me pierdo.

Se yuxtaponen las voces, las de la acción que atestiguamos y augurios en off que no sabemos de qué tiempo vienen. La naturaleza fragmentaria del filme se refleja en su montaje incoherente, en sus diálogos desquiciados, en su literalidad absurda y en su alternancia entre escenas musicales y cirugías oculares. La sangre de los ojos se pierde entre vandalismo e incendios, seamos honrados y preguntémonos: ¿Cuánto vale la coherencia?

En la misma línea, Gonzalo Suárez realizó su Ditirambo (1969). El escritor lleva a cabo una ficción atípica, la misma que hizo tangible en Trece veces trece (1964) al declarar: Mientras otros cuentan verdades de mentira, yo cuento mentiras de verdad. No podemos saber si las mentiras de José Ditirambo, interpretado por el propio autor, son ciertas o no, pero sí que podemos legitimar la verdad en las intenciones del artista. Deja al público en una encrucijada, lo obliga a mirar y reflexionar; al que no quiere vanguardismo, dos tazas.

Pere Portabella, una de las figuras más representativas de la Escuela, debutó en el cine con No contéis con los dedos (1967). El mediometraje cuenta con la fotografía de Luís Cuadrado y la inventiva del poeta Joan Brossa, que se unen al director para ficcionar filmlets, esas publicidades que contaban una historia y se proyectaban antes de las películas en los cines. La hazaña experimental seguía su curso con Nocturno 29 (1968), su primer largometraje. Colaborando con el mismo grupo anteriormente mencionado, siguió un esquema que él mismo describió como una suite de situaciones que, aunque aparentemente inconexas, giran en torno a un desarrollo temático que da cuerpo y unidad a la historia sin recurrir para ello a la utilización de una anécdota como continuidad argumental (Portabella, 1968). Tras Nocturno, realizó numerosos cortometrajes en relación con el artista Joan Miró, la Biblioteca Nacional de Madrid, la obra de Gaudí y la nueva generación de poetas catalanes. Pocos años después, realizó sus dos obras capitales: Vampir, Cuadecuc y Umbracle

Vampir, Cuadecuc (1970) documenta el rodaje de El conde Drácula de Jess Franco, encarnado por Christopher Lee. El rodaje no es más que una excusa para llevar a cabo una experimentación radical, tanto en el campo que incumbe a la imagen como en el del sonido. Película maldita, redundantemente vampírica e injustamente criticada, Cuadecuc alude a la parte más técnica del cine desde su mismo título. En forma de homenaje al Vampyr de Carl Theodor Dreyer (1932) y añadiendo un vocablo catalán que designa la cola de la película y viene a significar "cola de gusano"; su blanco y negro parece burlarse de la intensa paleta de color que caracteriza las películas de la Hammer, productora para la que trabajó Jess Franco en su Conde Drácula. Actuando como cinta de horror y burla cruel, Portabella desenmascara las tretas que se esconden detrás de las serias películas de terror. 

La realidad del género fantástico se encuentra dentro del rodaje de la película, al igual que fuera de él descubrimos la del régimen. La cinta fue presentada dos años después de su finalización en el MoMA (Nueva York), con la ausencia de su autor. Solo sus palabras llegaron a la ciudad de la Libertad, Pere quedó en España con su pasaporte y la negativa de las autoridades franquistas. Escribió una carta que se leyó en la presentación, en la que denuncia la situación de los círculos intelectuales españoles y la censura a todos los niveles acometida por la dictadura. La última línea de la misiva reza: Aquí está pues Vampir, no a pesar de todo, sino como resultado de todo. Los asistentes -entre los que se encontraba Jonas Mekas- firmaron un escrito dirigido a la embajada española, donde manifestaron su consternación por la situación de los artistas a quienes se negaba el derecho a presentar sus obras en el extranjero. Esta obra meta cinematográfica no existía legalmente en España mientras que se proyectaba en otros países, el circuito clandestino de obras alternativas no tenía cabida en el estado del caudillo.

En 1972 y tras su proyección internacional en sociedades vanguardistas, ultimó Umbracle. En el filme, Christopher Lee vaga por una Barcelona idílica, imágenes de archivo interrumpen su marcha y la reemplazan encadenamientos infrecuentes y montajes insólitos. Un profundo espíritu político inunda la cinta, influida por los neorrealistas italianos y los renovadores franceses. 


Los ojos apagados de los españoles no tuvieron oportunidad de deslumbrarse ante la Gauche Divine barcelonesa hasta la muerte del tirano. Atadas las manos de los autores y vendados los ojos de la audiencia, poco se podía reflexionar en torno a nuevas cinematografías y planos de Soledad Miranda. Los dos Nuevos Cines Españoles encuentran en la actualidad -y poco a poco- su público, ¡y pensar que Jonas Mekas lo vio antes que todos nosotros!

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