En el vacío, cuando nunca suena el teléfono
"me hago la muerta, sin hijo, sin amante, sin radio, sin teléfono, en esta grieta, perdida en este planeta".
Ingeborg Bachmann, A la central de telecomunicaciones de Berlín
El mismo desasosiego que viven Yvonne Furneaux en La dolce vita (Federico Fellini) y Anna Magnani en L'amore (Roberto Rossellini), lo plasma en su poesía Ingeborg Bachmann. Mi primer acercamiento a la autora se produjo hace poco, por medio de Margarethe von Trotta y su Viaje hacia el desierto (2023). El filme presenta la figura de la poeta austriaca y da pinceladas a su biografía, centrándose en su turbulenta relación con Max Frisch. La presencia de otras personalidades relevantes en la época da como resultado una representación valiosa del panorama artístico de la Europa de entonces. Hablo, entre otros, del compositor Hans-Werner Henze y Adolf Opel; periodista, amigo y compañero de viaje.
Vicky Krieps da vida a la escritora y hace carne su verbo; habla como me gusta pensar que ella lo haría, discute y pugna contra el lenguaje de la manera que yo sueño hacer. No sé de ningún mundo mejor (poesía Hiperión, 2000) me abrió las puertas a una escritura femenina autodestructiva, ¿grito de auxilio o delcaración de intenciones? Sus versos, que atraparían al lector menos interesado, me impactaron profundamente. No sólo compartimos el anhelo de liberación e independencia, también tenemos una misma fijación: el teléfono de casa. Me obsesionan los personajes femeninos pegados a un fijo, juraría que mi compasión se debe a ellas. Mi primer ápice de sentimiento piadoso debí sentirlo al ver a alguna de ellas, mujeres tristes relegadas a la espera, atrapadas en una víspera infinita en espiral -el cable del aparato. El peor instrumento de tortura es el más moderno y parece dañar a la mujer sobre todas las demás cosas.
La caja tonta a la que se ha hecho referencia desde el siglo pasado se resignifica, una televisión ya no nos retiene, no en este cine. Alzo en un pedestal a un nuevo personaje arquetípico: la mujer triste pendiente de un cable, un timbre, una llamada. Recopilo las menciones al tormentoso artefacto en este poemario, las leo y releo rozando el sadismo; se desdibujan mis límites y me confundo con una poeta austriaca, soy incapaz de hablar en voz alta y creo que siento en alemán.
"y estoy sentada al lado del teléfono y, sin esperanza de que suene. y el auricular ennegrecerá de miedo y el hilo enredado sabrá algo del enredo, y el sonar del teléfono enroscará un dolor de mi edad en mi corarán, y de lugares a los que quisiera viajar y una lucha y un extinguir, me quiero extinguir cuando hablo".
A alguien totalmente otro
Sigo leyendo sin saber si se trata de una revelación o un castigo divino, nada más pasa por mi cabeza y tengo que pensar en otras mujeres, tienen que salvarme. Como siempre, recurro al cine, pero no hallo consuelo. Busco ternura en ellas pero, cuando me acerco a abrazarlas, impacto contra un espejo; es demasiado frío y me hace daño. Me veo de cerca y me espanto, no grito por miedo a romperlo. Acabo dejándolo con cuidado en el suelo y, cuando me siento lo suficientemente segura, arranco a correr en la dirección contraria.
Recupero lo que escribí al ver la adaptación de La voz humana de la mano de Roberto Rossellini, recuerdo que no hay ni habrá salvación para nosotras. He visto tantas películas con mujeres así que me ilusiona pensar en sus finales, pierdo la esperanza al esforzarme y no poder evocar ninguno feliz. El díptico del realizador italiano me arrebata la poca fe que aún tenía en el hombre, me obliga a asomarme a una oscuridad imposible de combatir; cuando, de nuevo, intento salir corriendo, me choco contra las paredes, no encuentro una salida. Mi otro Yo siente un dolor en el pecho, ahí ha estado mi abismo todo este tiempo.
"Estoy aquí inmovilizada por el frío, me he quedado helada esperando. Tanto levantarme, sentarme, acostarme, andar de un lado a otro como una bestia enjaulada; tanto mirar el teléfono que no sonaba nunca. Tanto esperar, esperar, esperar... Ni siquiera sé qué espero".
Me siento, me tumbo en la cama; me toco la cara, el pelo. ¿Qué hacer sino? Me lavo la cara con agua fría, doy vueltas a la habitación trazando siempre un mismo camino, sin alejarme demasiado del teléfono. No duermo, no como, hago guardia al lado de la herramienta de mi martirio y se me va la vida, la olvido en el baño y dejo el grifo abierto cuando por fin suena el timbre infernal.
"¡Sí, acabo de llegar! ¿Por qué? ¿Has llamado antes?"
No soporto más esta angustia, escribiré a Isabella Rossellini que enmiende el error de su padre; le pediré que convierta L'amore en un tríptico que dé un final feliz al personaje de Anna. Hablaré con Almodóvar también, porque con Cocteau ya es un poco más difícil... El teléfono de Tilda Swinton, aunque rojo, no es nada más alegre que el visto en el precioso blanco y negro de Aldo Tonti y Robert Juillard. Me duele verla ordenar esas películas: Shoplifters, Phantom Thread, Written on the Wind, Kill Bill, All That Heaven Allows, etc. Cada vez es más difícil escapar de la melancolía... Imagina ser esa mujer que, esperando una señal de vida, ve Jackie (Pablo Larraín, 2016) por primera vez, y escucha el terrible diálogo que me ha perseguido desde el día en que la vi:
- I know that it's hard to see it right now but you have your whole life ahead of you. - That's a terrible thing to say.
La muerte es una certeza, una estaticidad; es la antítesis de la duda y la espera. La expectación es terrible, la única seguridad se encuentra en el fin. ¿Quién podría decirle a una mujer consagrada a la dilación que tiene toda la vida por delante? Bachmann debió preguntarse lo mismo a diario durante todos los días de su vida. Quizá esperaba una llamada de Paul Celan cuando le escribía a mediados de 1949: "Siento nostalgias de ti y de nuestro cuento maravilloso. ¿Qué hago? Estás tan lejos de mí, y las postales que hasta hace poco me dejaban tan contenta ya no me alcanzan".
El final de Bachmann tampoco puede apaciguar mi desazón. Aquella que había tenido dentro una llama de amor viva (profana) en su interior se había visto consumida por su propia intensidad. ¿Culpamos al tabaco? Una colilla encendida, el amor que tenía dentro, la ira o la ansiedad; cualquier cosa podría haber desatado el incendio. Con agua pura se extinguió y ascendió como el humo, con una palma futurista del martirio. Ya no espera llamadas y, al fin, descansa. Nos dejó su obra inacabada como legado, leámosla y compartamos su intranquilidad; sé que nos lo agradece.
"En noviembre, y todavía en diciembre así tengo que reír, esto fue toda una vida para mí, el teléfono ha empalidecido, ha sonado de otra manera, los cigarrillos me han quemado los dedos, y, luego, los pájaros los cielos con sus gritos hacia el sur. Hemos hablado externamente y siempre se me ocurría Jerusalén, la mía".
Strangers in the night
Comentarios
Publicar un comentario