Simulacros de posesión

¿Cansado de ver películas buenas? De calidad indiscutible, blockbusters de increíble diseño de producción, movimientos de cámara impecables y actuaciones cuidadas. Más o menos así salgo tras ver El ritual (David Midell, 2025), y no pienso más que en escribir en defensa de la mediocridad en la cartelera. 

¿Cuántos simulacros de posesión han llegado a cartelera estos últimos años? 
Siento Reza por el diablo (Daniel Stamm, 2022) como la inauguración de esta sesión ininterrumpida de ensalmos en la pantalla grande. Diez años después de que la mano santa de Paul Schrader tocara la cinta más querida del subgénero para filmarle una precuela (El exorcista: El comienzo. La versión prohibida, 2005), David Gordon Green decidió mancillar El exorcista (William Friedkin, 1973) con su Creyente (2023). Otras figuras relevantes en el cine actual se han ido vinculando a las cintas de sacramentos solemnes. Un Russell Crowe que protagonizó El exorcista del papa (Julius Avery, 2023), repitió papel en El exorcismo de Georgetown (Joshua John Miller, 2024), que funciona casi como una anti película de exorcismos. 
Mientras viva, habrá siempre alguien en la sala viendo estas cintas, cortadas todas por la misma tijera. Con los ojos fijos en el blancor de la pantalla esperando fluidos coloridos, letanías y algunas actuaciones terribles.

Al Pacino se une al linaje sacerdotal bajo la apariencia de un Cristo barroco. La escuela castellana no pudo haber dado con una tez tan acertada; la vejez y la vocación confluyen en el rostro y las lentes del actor. Acompañado por una temblorosa cámara en mano capaz de escoger los encuadres menos favorecedores, zooms exagerados y extensiones extraídas directamente del cuero cabelludo de una monja; Pacino sirve para tapar el agujero que dejan una torpísima dirección y las decisiones menos novedosas.

Posicionarse a favor del cine de exorcismos, con sus esquemas repetitivos y análisis superficiales de la demonología de todos los tiempos, es hacerlo contra el remordimiento. Buscar expresamente la ficción que retrata a vulnerables fuera de sí, hablando en latín y hasta en alemán, es la posición más férrea que podríamos tomar. Hacer oídos sordos ante la voz de Dios, negarse a mirar algo que no esté atravesado por la Muerte, pensar únicamente en castigos divinos y en las palabras de Judas Iscariote.

Algún día, si reúno los medios suficientes y para entonces el cine sigue teniendo alguna relevancia, regentaré un cine que proyectará las 24 horas del día. ¡Solo terror malo! Un marco enorme con un retrato de Ed Wood dará la bienvenida a los asistentes, que podrán ver las peores cintas imaginables a ambos lados del pasillo de entrada. Tendrá cabida todo aquello que pueda considerarse fallido en cualquier aspecto; habrá espacio de sobra para el terror de Disney, Troma Entertainment, remakes, Rob Zombie y hasta el peor slasher imaginable. Un cartel en cambio constante con maravillas como Criminally Insane (Nick Millard, 1975) y su secuela, del mismo nombre (1987); protagonistas de una doble sesión acompañada de los manjares menos apetecibles. 

Más que programada está -para los inicios de esta aventura sangrienta-, la proyección de Blood Feast (Herschell Gordon Lewis, 1963), el padre de todo lo que vendrá. Los inicios del gore y la serie B más sucia, de escasísima duración y secuelas varias. Por capricho y mérito, el terror y el fantástico italiano tendrán también lugar honorífico: La isla de los hombres peces (Sergio Martino, 1979), Los fantasmas de Sodoma (Lucio Fulci, 1988).

Un par de salas serán más que suficientes, oscuras e incómodas, siguiendo la buena costumbre marcada por las salas de cine pornográfico. Decoradas sus paredes con pósteres de Cumpleaños sangriento (Ed Hunt, 1981), Mr. Boogedy (Oz Scott, 1986) o Baxter (Jérôme Boivin, 1989). Los baños, engalanados gracias a fotogramas provenientes de Baby Blood (Alain Robak, 1990), Troll 2 (Claudio Fragasso, 1990), Winterbeast (Christopher Thies, 1992)...

Con los brazos abiertos a todo - y un especial interés en la serie Z- y la esperanza de convertirme en algo parecido al personaje encarnado por James Woods en Videodrome (David Cronenberg, 1983), visionaré todas y cada una de las cintas que lleguen hasta mí, ¡hasta las snuff!
Pienso en la herencia que dejaré: baldas y baldas de cintas malditas, un interés exacerbado por el horror y un mal gusto de categoría. Que quienes vengan detrás de mí me entierren con mi copia de Colegialas violadas (Jesús Franco, 1981) bien ceñida al pecho, por si quedan reproductores en el otro mundo.



Comentarios

  1. Esperemos que no logre su cometido de erigir un monumento, iba a escribir un templo, el temor a la blasfemia me hizo rectificar, al terror de mala calidad, ya lo advertía Platón en El Sofista, debemos ahuyentar de nosotros las imágenes fantasmagoricas, aquellas que nos confunden más aún que nuestros sentidos.

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