Vi el pan crecer
El grano filisteo, maldito por el pecado de la colectivización, sacia el hambre de muchas bocas. En tiempos malditos también se come, se alimentan y se desvanecen las supersticiones. Cuando el grano no es suficiente para la siembra ni para todas las familias que esperan estáticas -con los vestidos mecidos por el viento- en medio del campo, la propaganda hace de vehículo para el hambre, la desvía.
Nuestros ancestros comieron pan sin ayuda de las máquinas.
En 1930, a la vez que Nikolai Shpikovsky trataba de sortear las trabas de la censura soviética con personajes que esperaban la migaja, en Indiana se lanzaba al mercado una de las primeras marcas de pan de molde. El futuro americano parecía tener la forma de una rodaja de pan que deslumbraba con su blancor; el mismo que tiñe las nubes y los semblantes de los obreros. El futuro se acercaba al ritmo repetitivo de las máquinas, se presentaba envuelto en plástico y prometía calidad. Miro atrás desde el futuro en que vivimos y veo que aún seguimos prometiéndonos porvenires con las manos y las panzas vacías.
Al mismo tiempo, entre 1938 y 1946, escribía Octavio Paz su Llamar al pan y que aparezca (Puerta Condenada). El ruego por una amalgama de harina nunca se ha dejado interrumpir y ocupa siempre un hueco en las cabezas. Cabe pensar que la esperanza tiene su hogar en un campo arado que espera -bajo el sol- la cosecha, pisado por familias de bocas agotadas y semiabiertas. Una pregunta me atormenta las ideas y las tripas: con las manos desiertas, ¿qué nos quitarán quienes quieren nuestro pan?
Fui soldado, sé leer y escribir y estando en el campo con mi nieta vi el pan crecer.
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