Vi el pan crecer


Nos hemos hecho con el poder, pero no hay pan. 
No hay pan y no hay tierra que cultivar. 
¡Habrá pan, y habrá tierra!

¿Qué derecho hay a volver a casa con las manos vacías? Sin pan, sin sangre y casi sin aire. El poder no se alberga en las manos, no se convierte en nada que te puedas llevar a la boca. No es suficiente, no es suficiente para la siembra. El cableado no es suficiente para la siembra, la rabia del pueblo no es suficiente para la siembra, la propaganda no es suficiente para la siembra.

Nuestro pueblo habla, ¿le oís? 
Las manos llenas de tierra y de grano, ¿a quién se lo hemos arrebatado esta vez? Olvidamos demasiado rápido a quiénes arrebatamos lo que nos llena las manos; quizá sea más respetuoso hacerlo con las manos en postura de plegaria. Quizá así consigamos que otros no nos arrebaten lo que arrebatamos, quizá así alguien mostrará piedad con los despojados.
Arar las tierras para la siembra, la palma de la mano en la cabeza del niño y en la del caballo. La caricia aun con el puño cerrado, el montaje rápido que arranca las palabras declamantes de la boca de los pobres ancianos, declamadores y supersticiosos. Cuando no queda nada en las manos, ¿quedan letras bajo la lengua? Dentro del cielo de la boca, en el hueco entre los incisivos, en las heridas de las encías. ¡En algún lado quedarán letras, aunque nadie deje que salgan!

Me inclino ante ti, campo, por haber dado luz a esta cosecha; y a estas semillas soviéticas, por crecer bien. ¡Me inclino al gran sol por hacer crecer la cosecha!

El grano filisteo, maldito por el pecado de la colectivización, sacia el hambre de muchas bocas. En tiempos malditos también se come, se alimentan y se desvanecen las supersticiones. Cuando el grano no es suficiente para la siembra ni para todas las familias que esperan estáticas -con los vestidos mecidos por el viento- en medio del campo, la propaganda hace de vehículo para el hambre, la desvía.

Nuestros ancestros comieron pan sin ayuda de las máquinas.

En 1930, a la vez que Nikolai Shpikovsky trataba de sortear las trabas de la censura soviética con personajes que esperaban la migaja, en Indiana se lanzaba al mercado una de las primeras marcas de pan de molde. El futuro americano parecía tener la forma de una rodaja de pan que deslumbraba con su blancor; el mismo que tiñe las nubes y los semblantes de los obreros. El futuro se acercaba al ritmo repetitivo de las máquinas, se presentaba envuelto en plástico y prometía calidad. Miro atrás desde el futuro en que vivimos y veo que aún seguimos prometiéndonos porvenires con las manos y las panzas vacías.

Al mismo tiempo, entre 1938 y 1946, escribía Octavio Paz su Llamar al pan y que aparezca (Puerta Condenada). El ruego por una amalgama de harina nunca se ha dejado interrumpir y ocupa siempre un hueco en las cabezas. Cabe pensar que la esperanza tiene su hogar en un campo arado que espera -bajo el sol- la cosecha, pisado por familias de bocas agotadas y semiabiertas. Una pregunta me atormenta las ideas y las tripas: con las manos desiertas, ¿qué nos quitarán quienes quieren nuestro pan?

Fui soldado, sé leer y escribir y estando en el campo con mi nieta vi el pan crecer.

Pan, Nikolai Shpikovsky (1930)

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