Lettera Amorosa
Querida Carla, ha pasado mucho tiempo. Perdona la demora en mi respuesta. Aquí ha estado todo suspendido, en un sí y un no, abrazando la incertidumbre. Hubo un incendio, ahora también se está quemando todo.
Siempre pensando en correspondencias, en epistolarios. Viviendo en el hueco que queda entre una carta y su siguiente, donde el tiempo se condensa y fluyen las ideas. ¡Cuán grande es el cariño entre el que habito! La presencia constante del corresponsal en el corazón y en la cabeza, la búsqueda de destellos que podrían agradarle y la cámara siempre en mano, al acecho de belleza. Creo que las cartas ennoblecen; ennoblece escribirlas, ennoblece filmarlas y ennoblece recibirlas.
Mi fijación por relatar una rutina o unos recuerdos al sujeto querido -siempre deseoso de ver y escuchar- viene de largo, y se ha visto renacida esta misma semana, gracias a Carla Simón (Estiu 1993, Alcarràs) y Dominga Sotomayor (De jueves a domingo, Tarde para morir joven). Ambas cineastas comparten las personas a sus alrededores, las circunstacias que las circundan y afectan a sus filmaciones e incluso a las memorias que evocan. El duelo y la dictadura, un descenso en el horizonte y una incipiente revolución.
Carla Simón filmaría, algunos años después, su Carta a mi madre para mi hijo (2022). Las filmografías repletas de cartas denotan una sensibilidad especial, reflejada en el cariño con que Carla filma a Ángela Molina y a las tierras de su familia. Los árboles y sus frutos, las madres y sus hijos; todos rebosante amor y letras. Los domingos pienso más en mi madre, en las cartas y en el futuro -no creo que haya diferencia alguna entre las tres cosas-. Algún día tendré un hijo, le escribiré pliegos.
Hoy mi mamá nos sacó el tarot, está aprendiendo. Su última carta era la muerte, nos quedamos en silencio. Le explicó que no era morirse, que era una transformación. Ella se alivió un poco. Dijo que quiere que sea una transformación en su pintura, que aunque siempre ha sido un poco abstracta, ahora quiere que sea completamente abstracta.
Cuando escape, te lo contaré en cartas. Pararé cada vez que vea un buzón y te mandaré algunas líneas, escribiré en los trenes y peinaré cada estación en busca de un mensajero. Buscaré la paloma más blanca y le susurraré tu nombre, tendrás un gran mapa de mi huida en misivas con letra temblorosa. Podremos leerlas cuando vuelva.
No quiero que me odies, pienso en La voz humana (Manuel Aguado, 1986) y en el ruego de Amparo Rivelles: Las cartas... vas a quemarlas. Escucha, bueno, sé que voy a parecer una estúpida pero quisiera pedirte algo. Pues, que guardes las cenizas en aquella cajita de plata para cigarrillos que te regalé, ya sabes cuál.
El propio Erice pregonaba, en este mismo corto: Lo que necesitáis es más fe y menos imaginación.
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