Mejor sola, quizás llorando
No puede haber llanto en la casa
de las sirvientas de las Musas,
ni sería propio de nosotras.
. Safo
Ya desde la antigüedad grecorromana, las poetisas gritaban: Por favor, ¡una mujer!
Sometidas desde tiempos inmemoriales a la hipervigilancia, al control total. Maniatadas, los pies también, con la única protección de una lente que al menos señale hacia dónde debemos temer. Un estado alternativo de conciencia como única vía de escape, aunque sea mediante sumisión a los efectos de las drogas, una modificación en mi programación. ¿No hay otra salida? ¿Cómo he llegado hasta aquí?
¡Por favor, una mujer que siga al hombre que me sigue!
En la era de las nuevas inteligencias, nadie sabe quién es más libre. En el camino de la supuesta evolución se nos ha olvidado la Libertad. Separación, La acompañante. No quiero ser una acompañante, no quiero separarme de mi conciencia; quiero separarme de los ojos que llevo siempre pegados a la nuca, pegajosos y asquerosamente masculinos.
¿Cómo escapar a una maldición hereditaria? Heredada de mi madre, quien la heredó de mi abuela, que la heredó de su madre también.
La presencia masculina constante -siempre detrás: a nuestras espaldas, tras cristales- del Extraño de Chloe Okuno (2022), adquiere tintes de holograma fantasmagórico en El llanto de Pedro Martín-Calero (2024). El llanto como marca de nacimiento, un alumbramiento mancillado, un vientre lleno de ojos y de manos. De abrirnos en canal, no encontrarían más que ojos, poblan toda extremidad y poro. Imposible reclamar como nuestro cualquier ojo que no sea capaz de llanto, ¿acaso es lo único que nos pertenece?
Las mejillas mojadas por las lágrimas y los ojos más que abiertos a la violencia ya expuesta por Breillat en su Anatomía del infierno (2004). Un peso enorme sobre la espalda, el pecho, las piernas. Se me pegan los ojos al cuerpo y no tengo manera de quitármelos, cuando consigo deshacerme de alguno, ya tengo nuevos pares pegados; de todos los colores, de todas las edades.
Algunos tienen arrugas alrededor, otros no son más que niños; todos pesan igual. Pesan los ojos de mis vecinos, los de mis amigos y los de cualquier desconocido. Se me amontonan en las mejillas, en las caderas y me suben hasta las orejas. Qué hacer con tanto, todo tan indeseable. Recuerdo Angustia (1987), de Bigas Luna. Al igual que John, soy coleccionista de ojos; al contrario que John, sin quererlo.
Pesan tanto porque acarrean la carga de los ojos de sus padres, sus abuelos y todos los que vinieron antes de ellos. Sus cuencas vaciadas por los gusanos no albergan lastre alguno, ha sido legado y ahora gravita sobre mí.
¿Quién mira a los hombres que me miran? ¿Quién sigue a los hombres que me siguen? ¿Quién los filma? ¿Los filmará alguien si no soy yo la que lo hace?
¿Qué te asusta, si no me crees?
Claro que no es Amor lo que utilizan como arma, se les escapa entre los dedos cuando dicen actuar en su nombre. Confío en que algún día podamos existir sin tener que agachar la cabeza.
¿Es el llanto lo que nos une a todas?
A) Sí
B) Nos vigila a todas
C) Es nuestro verdugo
D) Todas las respuestas son correctas
XXI. MALDICIÓN
Al que me causa esta herida los vientos se lo lleven y las penas.
. Safo
Comentarios
Publicar un comentario