Con esos celos de muerte
Primer domingo de febrero, me siento delante de la pantalla y decido ver, inocentemente, Musarañas Asesinas (Ray Kellogg, 1959). Sabiendo que en unas semanas preestrenarán The Monkey (Osgood Perkins, 2025) y que no podré estar ahí, sabía que hoy tenía que ver a par de animales rabiosos haciendo de las suyas. Esos animales rabiosos son dos hombres: un navegante con ganas de amar y un exmarido entristecido. Ingrid Goude y su acento sueco levantan pasiones en una isla casi desierta.
Con el desembarco de los intrusos, no he necesitado demasiado tiempo para darme cuenta de que habría sido más adecuado titular la película como Los celos asesinos.
Con esos celos de muerte vas a conseguir tres cosas:
1. Que se ría de ti la gente
2. Que nos muerdan las musarañas
3. Que nos quedemos sin café, sin azúcar y sin leche
Por estos celos se tropiezan el uno con el otro constantemente y la película avanza a trompicones. La amenaza de los perros con peluca se vuelve banal cuando entran en juego las cuestiones del corazón. Se intercambian los papeles: los verdaderos animales son los aspirantes al Amor, que toman la forma de perros lúbricos.
Lo más terrorífico de la película es un fundido: Ingrid Goude parece estar a punto de besar a uno de sus pretendientes. ¿Se besan? ¿En serio? ¿No hay legislación sobre los besos en las películas de los domingos? Es inaceptable.
Cierro los ojos y veo el beso, me quema por dentro y me muerdo la lengua casi sin darme cuenta. Debemos prohibir los besos en las películas los domingos. Toda obra debería contar con dos versiones: la de los besos, para ver de lunes a sábado, y el Corte de Domingo.
¡Yo me sacrifico! Me ofrezco a censurar los besos más bonitos jamás filmados. Lo haré por todos nosotros, los que pasamos los domingos en una celda cuadrangular, entre sábanas y mantas. No dejaré ni un fundido sugerente, no daré ningún poder a los labios de actores del siglo pasado actuando como enamorados.
La idea no me ha dejado en ningún momento y he dedicado la mañana a recopilar besos que censuraría. Cogería aquella escena de Cinema Paradiso (Giuseppe Tornatore, 1988), aquella que recopila tantos besos, y los borraría todos. Los únicos besos que podrían verse los domingos serían los filmados por Warhol. Su Kiss (1963) se convertiría en la película de cabecera de los domingos, además.
Los celos que guían a los personajes en Musarañas Asesinas son, en realidad, los mismos que llevan a alguien a querer legislar contra proyectar besos en domingo. Aunque en el primero de los casos llegan a apuntarse y amenazarse con armas, yo no cuento con esa posibilidad. Mi arma reside en mi pensamiento: me imagino omitiendo esas escenas, modificando la imagen hasta tal punto que no se pueda distinguir lo que ocurre. He tenido también la idea de eliminar únicamente los labios, aunque si hiciera eso quizás debería eliminar también las manos. Los ojos son otra cosa, no importan en los besos de película.
Cierro los ojos y veo ese beso fantasma, me ocurre lo mismo desde hace noches. Cierro los ojos y te veo, pero entonces sí que quiero verte los labios, las manos y los ojos. Las películas me han contagiado sus celos. Los tengo del frío, de la ropa que llevas y de lo que sea que te esté ocupando el pensamiento.
Pienso en todo esto y me dan ganas de llorar, quiero ver una película sin besos.
Sí, ya sé que las cosas que ocurren en el sueño son mentira, pero sigo siendo una supersticiosa irremediable y quiero comprobar si todavía sigues aquí, en la Tierra.
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