Acuarium lumínico

Jean Eustache en sus Fotografías de Alix (1980) nos acercaba a la obra de Cléo Roubaud, donde ella misma comentaba que una fotografía puede ser personalmente pornográfica a la vez que es públicamente decente. Esa obscenidad de la imagen la encuentro, más que en ningún otro sitio, en los autorretratos, testimonios lujuriosos e impúdicos de cómo nos permitimos vernos en distintos momentos.

Esta pasión temprana nace en un espejo. He despertado frente a un espejo desde que tengo uso de razón para cerrar los ojos a las últimas luces del día en el mismo lugar. Me he acostumbrado a convivir con mi proyección pero jamás he sido capaz de retratarme. No quiero recluirme en un negativo, no quiero vivir en la fría celulosa. Tampoco quiero un retrato cinematográfico, el movimiento de esas imágenes es una ilusión; estaría congelada entre fotogramas.

Película familiar, José Val del Omar (1938)

«La muerte es sólo una palabra que se queda atrás cuando se ama. El que ama arde, y el que arde, vuela a la velocidad de la luz; porque amar es ser lo que se ama». (Fuego en Castilla, 1960)

Si amo y ardo, ¿volaré a 24fps?

Entre reflejos e intimidades se movió Val del Omar, inventor sin precedentes y autor del Tríptico elemental de España, obra maestra que encierra su Aguaespejo granadino (1955). El místico, una suerte de Saturno destructor de su primogénito -En un rincón de Andalucía (1925)-, fotógrafo, proyeccionista y educador en las Misiones Pedagógicas, despierta en mí la admiración más grande.

Aunque toda su obra es digna de atención, pienso recurrentemente en su Película familiar (1938), donde retrata la ciudad de Granada, a sus hijas y esposa, e incluso a sí mismo. Jugando con la cronología en el montaje, logra sobrecoger al que mira, pero lo que deslumbra en el metraje es la intromisión del cineasta en el plano, filmando uno de los besos más bellos e íntimos de la producción nacional. Nosotros, como voyeurs, asistimos al entrañable encuentro pero a la pareja parece no importarle. Tanto revelan amarse que despiertan el miedo del espectador porque arda la película.

Cuando se ama / se está fuera / del tiempo, de sí. (De amor, Tientos de erótica celeste)

El granadino demuestra que un autorretrato no abarca únicamente la imagen de uno mismo; también su ciudad natal y los espacios que frecuenta, su familia y círculo cercano, quedando la propia persona en último lugar. Qué nos hace personas sino el otro, qué seríamos sin pueblos, sin nadie a quien parecernos. La identidad de uno queda siempre supeditada a los ojos de los que miran con amor, a las manos que nos buscan y nos acercan en cuanto nos adivinan próximos.

Hand/Shutter, Guy Sherwin (1976)

Comparto mi capricho infantil por los reflejos, además de con el pobre Narciso, con un grandísimo experimental. Guy Sherwin no temió a los barrotes de los bordes del celuloide y se autorretrató en varias ocasiones. Por si no volvía del otro lado -el del cine-, quiso asegurarse la cariñosa compañía de su familia. Admiro el coraje y el egoísmo que lleva esta decisión y creo que yo jamás tendría la valentía necesaria para tomarla.

Volviendo a la pasión mencionada anteriormente, en torno a la cual gira el texto, Sherwin la llevó a otro nivel. La interacción entre el ojo y la imagen, los reflejos y los tiempos; todo converge en su Man with Mirror (1976). La película es fiel a su título, muestra a un hombre sujetando un espejo cubierto por entero de pintura blanca en su parte trasera. Forma parte de una performance en la que el propio cineasta se coloca delante de la proyección con otro espejo. En 2011 pudo verse en directo en la Mostra de Cinema Periférico (S8) de A Coruña. La yuxtaposición del pasado y el presente: el Sherwin del pasado, sus árboles, espejo y cámara, todos ellos eclipsados por el Sherwin actual -el que vive-. Podríamos considerar el filme -mudo- un diálogo, uno profano, con los muertos. 35 años después de la filmación, atendemos a la resurrección de la imagen. El creador se relaciona con su obra, entra en su juego y sale victorioso. Al término de la proyección es él quien queda, ha alcanzado su victoria por medio de la luz. De la misma manera que un vampiro, el Sherwin proyectado no puede sobrevivir a la luz, moriría con el nacimiento del primer rayo del alba.

Sherwin se convierte en la envidia de Van Helsing a la vez que escapa al pasado, enemigo de la vida. El muerto viviente desaparece entre las arrugas del rostro de su verdadera persona. La luz del proyector le marcaba desde el primer momento su camino a la libertad, pero no es hasta el final del metraje cuando el artista abre los ojos.

Man with Mirror, Guy Sherwin (1974)
Live Film Performance with 8mm Projector, 2011

Amo a dos seres. Dos criaturas. Una muerta y otra viva. / Una desapareció de mi preocupación por su autonomía, / otra la tengo siempre presente, gravitando, [...] Una es pasado. Otra es futuro. Muerte y vida. Yo situado siempre / en trance mutante entre realidad e ilusión. (Tao que se llame Tao ya no es Tao, Val del Omar)

Tras realizar este breve recorrido siento más miedo que antes de escribir y llego a una conclusión: 
¡Sólo los cineastas experimentales escapan al terror al cine! 
Nadie más lo hace suyo, nadie juega con este arte; el que quieren que veamos como adultos y al que solo se puede acceder como niños. Larga vida al cine experimental, a los reflejos helados y al amor entre fotogramas.

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