Víspera de un contacto

EDUCATE, AGITATE, ORGANISE (B. R. Ambedkar)

Payal Kapadia filma Una noche sin saber nada (2021), un documental que retrata la desoladora correspondencia unilateral de una mujer con su amado desaparecido, paralela a las protestas estudiantiles de los universitarios en India.
La separación viene condicionada por las diferencias sociales, absurdas e injustas, que trazarán la escisión en torno a la cual se moverá el filme.


Una película en la que lo primero que escuchamos es un «amor mío», confesión indefensa. El comienzo retrata al propio espectador, expectante e inocente, como el que no sabe lo que va a atestiguar. Se nos presenta el Leteo en un sueño extraño y recurrente, profético. El olvido resultará ser la única salida en medio de la opresión y la revolución incipiente. La nostalgia ya no será agradable, nadie añorará recordar. Solo quedará la memoria, hermana del olvido.
El ansia de renunciar a los ojos, desear la ceguera. La imposibilidad de renunciar a la tierra que nos ha criado abre la puerta a la ignorancia. Cerrar los ojos a tanto horror, un vacío en las cuencas y una mente sana. Impía en mitad de un conflicto de bandos compuestos por iguales, enfrentados por ideales que comparten su esencia: la de mera noción. El nexo entre los bandos siempre son las ideas, el nexo entre las cartas y las protestas son las luces intermitentes. A lo largo de todo el metraje se suceden: las de las estrellas, las luces artificiales que las emulan, los coches. Mi favorita es la luz que dejan ver los fragmentos de las cartas, siempre esperando una señal, una respuesta.

La fe hecha añicos de L., que escribe y no envía. Se niega a agachar la cabeza; escribir para que no te lean es escapar al control, no someterse al otro.
Tus notas del pasado se encuentran con las mías del presente.
Recurre a lo ya escrito por el amor ausente. La única conversación posible se da con lo pretérito, tiempos mejores, en los que contaba con un hombro al lado, en los que las lucen se mantenían y no parpadeaban. Tiempos en los que brillaban los ojos, y no lo hacían por las antorchas que ahora portan en medio de carreteras; tiempos en los que el fuego no era necesario para ser vistos.


Payal Kapadia interrumpe las imágenes y rompe la pantalla con tonos neutros. En una de estas ocasiones escribe que encuentra restos de páginas arrancadas del cuaderno entre otras que no rezan más que las iniciales de L., nuestra guía. Se suceden hojas y hojas con letras pobres carentes de significado. En momentos de desesperación, una teme olvidarse de sí misma. Escribe sus iniciales, su nombre. En un ambiente tan peligroso, lo más temible es olvidarse de una misma. El mayor terror está en esas páginas blancas y frías donde todo queda (aunque nadie lea). Sabe que no podrá olvidar al amado, no teme eso. El único riesgo que le preocupa sufrir es el de perderse, mirarse y no tener palabras que dirigirse, perder el nombre que con tanto recelo guarda debajo de la lengua o que una policía se lo arranque a porrazos.
No teme por su mitad ausente, él siempre responderá al nombre de Amor -y ese no se olvida nunca-. En cambio, siente miedo al pensar en sus manos, imagina cómo se alejan poco a poco de su recuerdo. Las garabatea, ocupan los márgenes de las páginas, se niega a soltarlas. Su única unión con un mundo hostil son las manos de un traidor.

Ha pasado un año así de rápido, ni siquiera has intentado hablar conmigo. Y yo sigo aquí…

(Tenías razón)
Nuestra memoria no puede seguir el ritmo de estos tiempos.
L. sigue el ejemplo de su admirado, recurre a recortes de prensa, a las flores secas y a los poetas revolucionarios. Uno de ellos dijo, en algún momento: «Todo será recordado».
Esta condena, como si no fuera suficiente nacer en este país, guía la mano de L. mientras llena las páginas de su cuaderno. El refugio idílico parece escabullirse en el pasado, en tiempos inmemoriales. Quizá lo encontrara ese italiano partidario de la policía por “pertenecer al proletariado”, en contraposición a los estudiantes. Quizás lo encontró un egoísta que nos lo ha ocultado a todos y vive allí, a solas, su mejor vida. Quizá lo tenga delante, quizá se pierda entre la fina y difusa línea que separa el bien del mal. ¿Dónde queda cada uno? ¿Dónde queda cada bando? 
Cómo saberlo, si apenas existen ya, son conceptos en vía de extinción.

Dejad de esperar tiempos mejores: organizaos y escribid cartas que no vais a enviar.

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