(Publicado a diciembre de 2024, en el #25 de la revista La Letra)
El cine de los últimos años refleja la desesperanza de creer que el odio ha ganado. En un mundo asolado por la guerra, sin aparente posibilidad de tregua, los creadores se refugian en mundos utópicos y nostalgias. Los recuerdos se convierten en el hogar más seguro aunque no sea posible el retorno a los lugares rememorados. La destrucción del pasado es inminente y sólo nos queda el lenguaje para dejar constancia de lo que fue, reminiscencias fotográficas y memorias de celulosa. En Fremont (2023), del director iraní Babak Jalali, la nostalgia y el duelo se entremezclan.
El realizador comenzó su filmografía con Heydar: un afgano en Teherán en 2005, donde ya retrató a un joven exiliado a Irán que aprendía inglés con el objetivo de volver a su país natal como intérprete. El oficio de la traducción estará presente también en la cinta que se reseña aquí. Donya, nuestra protagonista, se nos presenta como antigua traductora para el ejército estadounidense, que ahora vive como refugiada en la ciudad californiana que da título al filme y trabaja en una fábrica de galletas de la suerte. Nos acercamos al entorno de la ciudad estadounidense de mayor población afgana, a su día a día y a la convivencia lejos de casa.
Siempre a través de bellísimas imágenes en blanco y negro, la cinta nos lleva con Donya (Anaita Wali Zada) en su rutina. El ambiente industrial en el que se mueve mientras trabaja y sus amistades recuerdan a las mejores cintas del finlandés Aki Kaurismäki, cuyas películas retratan vínculos similares entre Kati Outinen -una de sus actrices fetiche- y sus compañeras de trabajo. La comparación con la obra de este director la realizó la crítica que vio en 2009 su primer largometraje, Frontier Blues. En la cinta, Jalali relata cuatro historias unidas por la frontera iraní; fueron el tono y el humor del metraje los que condujeron a los paralelismos trazados con este cineasta.
Asistimos también a sus sesiones de terapia y encontronazos con vecinos. Conviviendo con sus conterráneos en un medio desconocido, Donya trata de escapar de ellos tanto como le es posible. No le alcanza sentimiento alguno de comunidad, por eso se refugia en el barrio chino, donde acude diariamente para trabajar. En una tierra extranjera, no quiere remembranzas de su lugar natal, aquel que habita sus recuerdos.
No entiendo cómo la gente puede sentirse segura en un lugar en el que las estrellas cambian tanto.
El exilio y sus terribles consecuencias; el amor es intraducible y el cielo, también. ¿Qué hacer en un país extranjero, lejos de todo lo conocido? ¿Dónde guardar la culpa y los recuerdos? Donya se ve obligada a olvidar para lidiar con su nueva cotidianidad. Nos dará a conocer sus pensamientos más sinceros de noche, cuando interactúa con sus vecinos, concretamente con uno con el que muestra cierto sentimiento de camaradería. Todas las noches sale a fumar al descansillo, donde se encuentran y crean un espacio común donde tiene cabida la melancolía, ignorada el resto del tiempo.
Sus conversaciones arrojan luz a los pensamientos que abruman sus conciencias. Algunos de sus comentarios resultan desoladores. Ellos dejaron la capital afgana, pero muchos no pudieron hacerlo. Este y otros sentimientos emergen en las conversaciones con el terapeuta, quien -en sus sesiones- trata de animarla y acompañarla en la soledad que supone la inmigración. Donya va a la fábrica, donde sus compañeras hablan de citas fatídicas, de conocer a chicos; vuelve a casa y pregunta a su confidente: ¿Crees que es normal pensar en el amor cuando todavía hay gente en Kabul jugándose la vida?
La culpa acosa a la protagonista, quien se siente mal exclusivamente por conservar ambiciones tras la deplorable situación en la que vio sumido a su país en el momento de su partida. Una de sus ambiciones es escribir. Su oficio siempre ha sido ese, hacer poesía de lo que ya han dicho otros, traducir emociones y reducir todo lo posible la distancia que queda entre un idioma y otro. Donya busca recuperar lo perdido en la traducción y perfeccionarlo con su propia imaginación.
De ambiciones habló ya el director en Radio Dreams (2016), comedia protagonizada por un escritor que quiere reunir a Metallica y Kabul Dreams, el primer grupo de rock afgano. Vemos temas recurrentes en su filmografía, todos vinculados a la esperanza, los nuevos comienzos y el luto por el exilio.
El desarraigo es otro de sus temas predilectos, que aquí también afecta a los personajes secundarios. Una de sus vecinas se pregunta cómo afrontar la maternidad, qué tendrá para enseñarle si nada quedará de lo que conoce cuando su bebé nazca finalmente.
¿Crees que las madres tristes acaban criando a hijos tristes?
Presenciamos incluso la muerte de aquella que escribe el futuro, de la anciana que decide las frases que rezarán las galletas de la suerte. Tras este suceso, la protagonista pasará a ser quien presagie la fortuna de los que toman las galletas. Ese control del sino de los otros le ayuda a canalizar su anhelo. Será entonces cuando realice el acto de mayor trascendencia en el filme, escribiendo en una de esas galletas su número de teléfono acompañado por una breve consigna: Desesperada por un Sueño. Entra el componente romántico en la trama, la cinta revela que resquicios de luz se dejan entrever en las grietas.
Babak Jalali firma una cinta optimista, al estilo de las Nubes pasajeras (1996) de Aki Kaurismäki, que siempre acaban por dejar ver el cielo raso al final. Con un amor que nace de manera similar al visto bajo las Luces al atardecer (2006) finesas y que, por su cercanía cronológica, nos remite directamente a las hojas de otoño (Fallen Leaves, 2023) que acompañan nuestros visionados a principios de este mes de diciembre. Su suerte de costumbrismo industrial nos hace pensar, más concretamente, en su Trilogía del Proletariado. Todas ellas películas que rezuman fe en el futuro.
En este mundo que habitamos y no podemos ver si no es a través de una escala de grises, nos hallamos desamparados si no recurrimos a la ficción. Busquemos resguardo en el cine a la vez que intentamos impulsar un cambio. Quiero pensar que estas cintas vienen del futuro a darnos consuelo, a transmitirnos un mensaje, tal como lo haría una galleta de la suerte.
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