Mujeres fatales. Acercamiento a la evolución de personajes arquetípicos del cine mudo.
(Publicado a noviembre de 2024, en el #24 de la revista La Letra)
Desde los inicios míticos de la ficción, la presencia de personajes femeninos monstruosos ha sido abundante. Descendientes de Pandora, enviadas del mal, podían elegir esconder sus intenciones, pero eso no las libraba de ser malvadas. La construcción de personajes femeninos por parte de narradores masculinos ha plasmado estos patrones. Tras la Primera Guerra Mundial, junto con la incorporación de la mujer al mundo laboral, observamos una ramificación en las representaciones malvadas de la mujer, que ahora puede hacer (casi) lo mismo que el hombre. Este, al igual que otros cambios sociales, tiene su reflejo en el cine.
Desde la tradición más remota, compilado este odio incluso en el refranero popular, la mujer como criatura hostil ha estado presente siempre. Centrando la atención en la corta vida del celuloide, encontramos un legado de las narrativas que demonizan a la mujer. Las primerísimas reproducciones de mujeres portadoras de perjuicio hallaron su lugar en el cine por medio de adaptaciones. Tal es el caso de Salomé, figura bíblica ligada a la crueldad, que pidió la cabeza de Juan el Bautista tras haber seducido a su padrastro con una danza. Este caso fue visto en la gran pantalla en 1922 de la mano de Charles Bryant y Alla Nazimova, ésta última representando el papel principal además de dirigir el filme. La película llama la atención visualmente, sobre todo por el eco del estilo art nouveau, pasando a la posteridad como ejemplo renovador de su época. Además, toma inspiración de las ilustraciones realizadas por Audrey Beardsley que acompañaban a cierta edición del relato bíblico reinterpretado por Oscar Wilde.
- Salomé, has bailado tan bien que hasta el sol ha salido a verte. Pídeme lo que quieras.
- Quiero la cabeza de tu hijo Isaac para adornar mi florero.
Encontramos este diálogo, casi esperpéntico, en el corto Salomé, del realizador manchego Pedro Almodóvar (1978). Esta obra prueba la versatilidad de los personajes, capaces de adaptarse a cualquier registro y tono, dependiendo de la intención del creador. En esta ocasión, Salomé danza a ritmo de pasodoble y se dirige a Abraham en tono satírico, algo difícil de imaginar en la escena original que nos situaba en Oriente Próximo.
Otros ejemplos podrían ser la Pandora de Hesíodo (Trabajos y Días, hacia el año 700 a.C.) o la Medea de Eurípides (431 a.C.). G. W. Pabst utiliza el primero de estos personajes para crear a su Lulú en La caja de Pandora (1929). No obstante, cineastas más actuales, como Pier Paolo Pasolini y Lars von Trier, realizan sus interpretaciones de la trágica historia de Medea. El italiano llevaría a cabo su proyecto en 1969, eligiendo a Maria Callas para personificar a la hechicera, mientras que el realizador danés rodaría su adaptación para la televisión en 1988. De este modo, la repercusión de estos personajes se dio y sigue dándose en todas las artes: cine, pintura, escultura, música, etcétera.
Focalizando ahora la atención en el cine, la mujer maligna por excelencia en el medio es la femme fatale. Este arquetipo evoluciona en consonancia con el séptimo arte, llegando a crearse una relación directa con el cine negro. Las encontramos en todo tipo de géneros, aunque forman parte crucial de las películas noir.
Su origen se remonta a las vamps, arquetipo de personaje femenino malvado ya presente desde el cine mudo. Theda Bara se considera una de las primeras representantes tras su papel en Érase un tonto (Frank Powell, 1915). Las actrices que daban vida a estas seductoras contaban con biografías exóticas que añadían peculiaridad a su persona, aunque desconocemos si parte de sus hazañas podrían ser meras leyendas. Las vamps reciben su nombre de la consideración de que consumían a sus víctimas, no necesariamente chupando su sangre, dado que la inspiración es directamente literaria, como en el Drácula de Bram Stoker (1897), donde se nos presenta a un grupo de vampiresas. Cabe incidir en la adaptación que realizaría en 1992 Francis Ford Coppola, donde vemos dos modelos de conducta femenina a modo de dos bloques antagónicos: el «ángel del hogar» y la mujer libre -considerada mala, alejada del camino recto-. Así, vemos perpetuados estos modelos de conducta, herencia de la mentalidad victoriana, desde la novela gótica hasta el cine más actual.
Una de las femme fatale por excelencia es la artista multidisciplinar Jeanne Roques (Musidora), conocida sobre todo por Los Vampiros (Louis Feuillade, 1915). Actuaría en Madrid y causaría tal impacto en los espectadores que llegaría a ser retratada por Julio Romero de Torres en su Musidora (1922), donde su expresión respira el espíritu icónico de Irma Vep, el personaje que encarna en el conocidísimo serial francés. Es tal la repercusión que tienen en la historia del cine estos arquetipos que realizadores actuales como Olivier Assayas retoman esta figura en sus obras. Su Irma Vep, hecha película en 1996 y serie en 2022, gira en torno al rodaje de Los Vampiros y centra su atención en el personaje principal representado por Musidora. Encarnada en todas las ocasiones por actrices carismáticas de gran talento, Irma Vep ha pasado a formar parte del imaginario colectivo como símbolo de fatalidad.
Otros personajes femeninos siguieron arquetipos preestablecidos. Es el caso de las flappers, pues se alejan de la concepción de la mujer como criatura cruel, dándole una vuelta más optimista, mostrando a mujeres que desafiaban los roles de género y que no se veían penadas por ello. Clara Bow, efigie de este arquetipo, vivía su mejor vida cuando el cine aún no conocía el sonido. Daba vida a personajes felices, aunque su vida distaba bastante de la alegría ingenua que interpretaba. Se le acabó la gloria con la llegada del sonoro al cine y vivió uno de los finales más trágicos imaginables sin tener que personificarlo ante la cámara.
La estela de la femme fatale perduró muchos años más tras la llegada del cine sonoro, aún encontramos rasgos de estos personajes en la construcción de protagonistas actuales. Ejemplos más que renombrados son los papeles de Barbara Stanwyck y Rita Hayworth en Perdición (Billy Wilder, 1944) y Gilda (Charles Vidor, 1946), respectivamente. Ambas actúan como modelos arquetípicos y son parte crucial de la historia del cine.
El cine noir ha avanzado en su construcción de personajes femeninos, dotados ahora de mayor profundidad y protagonismo. Sus códigos se van actualizando y el neo-noir está más vivo que nunca. Más aún en este mes de noviembre, cuando, un año más, abundantes aficionados al cine negro se vuelcan en el Noirvember. Esta iniciativa de la crítica de cine estadounidense Marya E. Gates busca, mediante un juego de palabras, celebrar este género a lo largo de varias semanas del otoño. ¡Aprovechad el tiempo cada vez más frío y adentraos en los claroscuros urbanos de un buen noir!
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