El baño del diablo · Martirio a la luz de un candil
Severin Fiala y Veronika Franz firman la dirección de la cinta que se alzó ganadora en el Festival de Sitges el pasado mes de octubre y que ha sido preseleccionada como representante de Austria en los próximos Premios Oscar. Tía y sobrino han realizado ya grandes hitos actuales del género bien apreciados por crítica y público. Buenas noches, mamá (2014) creaba una atmósfera tensa desde su primer minuto, sabiendo jugar con la figura de esa madre misteriosa que acechaba a sus hijos. Agradó desde su estreno y sigue estremeciendo a los espectadores desde su hogar en el catálogo de Prime Video. La cabaña siniestra (2019) se erige como otra cinta notable en la que se atisban los indicios del elemento religioso que prorrumpirá sin preaviso en este su último filme.
Los realizadores, con la ayuda de la historiadora Kathy Stuart, trasladan a la gran pantalla una Austria que se asoma a la modernidad aunque su mentalidad responde aún al medioevo. Por medio de dos casos reales, los de Agnes Catherina Schikin y Ewa Lizlfellner, nos acercamos a las mujeres de la época, desesperadas por comprensión y compañía en busca de una salida. A lo largo del metraje, conoceremos el entorno en el que se movían estas mujeres, cómo transitaban exteriores mientras se hallaban sumidas en el más largo baño del diablo.
Como mis problemas me hicieron esta vida insoportable, decidí cometer un asesinato.
Al comienzo del filme acompañamos a una mujer sin nombre por la senda del ejecutor, porta a un niño entre sus brazos; desconocemos su rumbo. Comete el delito que le promete la salvación: un suicidio indirecto. Tras la escena inicial, conocemos a nuestra protagonista, encarnada por Anja Plaschg. La artista austriaca, conocida por su música experimental bajo el nombre de SOAP&SKIN, autora -irónicamente- de la célebre canción Me And The Devil, se pone en la piel de Agnes. Al igual que muchas otras mujeres centroeuropeas de la modernidad temprana, Agnes se pregunta por qué debería entrar al otro mundo de mala manera cuando puede hacerlo favorablemente.
Pasamos la mayor parte del metraje en el bosque, espacio misterioso y guardián de malos presagios. Las primeras incursiones en la espesura nos dejan claro que dista mucho de la naturaleza del locus amoenus a la que solemos asociar los entornos naturales. Parece que nadie es bienvenido en su interior, que no puede pasar nada bueno entre sus arboledas.
¿Qué hacer en una casa en el bosque? Rezar, realizar un altar, consagrarse a devociones marianas, pensar en dónde colocar ese altar y, quizás, rezar algo más. La vida de recién casada de una mujer de la época no es tan bonita como quisiéramos imaginar. Entre tareas domésticas y bajo la mano férrea de la madre del marido, a Agnes no le queda más que resguardarse en una fe cegadora, cruel.
Todas las noches ora y pide a la luna, va a la iglesia y pide un niño. Algo de simpatía, complicidad, la posibilidad de ser madre y el sueño de una casa sólo para los dos. El inicio esperanzador entre danzas y coronas de frutos y flores, elementos característicos del folk horror que abunda en los últimos años, da una vuelta rápidamente sumiéndonos en una rutina lenta y deprimente.
Imágenes muy potentes nos guían a través de esta travesía pesadillesca rural. Las escenas se hallan iluminadas de manera excelente; en multitud de ocasiones nos hallamos en la penumbra, a solas con Agnes, iluminadas por una luz tenue que emula la de un candil. Destaco el papel que juega la luz en el filme, siempre escasa y, de alguna manera, reflejo del interior de una mujer donde abundan los claroscuros. Uno de los espacios que más vemos es la gruta sacra, el espacio pétreo donde venerar a la madre de Dios, que cree podría hacerla madre a ella también. Tantas horas de rodillas ante la piedra fría con la única compañía de las mariposas negras, además de la ausente claridad en la estancia, nos acercan a la enajenación que debieron experimentar estas mujeres.
Seremos testigos de un suicidio, partida segura hacia las llamas según la mentalidad de entonces. Los ojos de la actriz en la escena nos trasladarán su terror, sus ojos serán los nuestros y no podremos hacer más que temblar ante la condena que se adivina. Por todos los medios intenta Agnes, abatida, escapar del mundo terrenal. Duerme con el rosario en la mano, examina una y otra vez la cruz encima de su cama -que ve invertida-, reza sin parar; nada consuela su dolor.
Mira hacia el cielo constantemente, hacia la oscuridad que guarda el bosque; sigue viendo una única vía de escape. Despertará la ira de Dios para calmarla con su confesión, se hará con la redención que la condena que ella misma escoge. No le queda otra. Sufre las graves consecuencias del fanatismo religioso, de la prevalencia del verbo por encima de la carne; de la misma forma en que la sufrieron cientos de mujeres de su era.
La cinta llega hoy (¡15 de noviembre!) a las salas españolas de la mano de Caramel Films. Os animo a acudir a ver el lento martirio en pantalla grande, saldréis con las manos cruzadas sobre el pecho, un peso muy grande dentro y una plegaria sobre los labios...
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